Yoga Integral
por Haridas Chaudhuri
El Yoga integral postula la integración completa y dinámica de la personalidad, para lo cual es necesario actualizar la esencia más profunda de nuestra individualidad, el centro único de expresión creativa del Ser. Esta integración, sin embargo, tiene lugar a tres niveles diferentes: la integración psicológica, la integración cósmica y la integración existencial.
La integración psicológica.
Esta supone la armonización de todos los conflictos de nuestra personalidad, en particular de aquellos impulsos, fuerzas y necesidades instintivas inconscientes que se contraponen a la voluntad racional de nuestra mente consciente modelada por las fuerzas sociales y culturales propias de la comunidad a la que pertenecemos.
Nuestro psiquismo puede compararse a una especie de central eléctrica, capaz de generar una enorme cantidad de energía, donde descansa el instinto sexual, el tropismo hacia el crecimiento y el desarrollo, el impulso que nos incita a la expansión interrumpida y completa de nuestro ser y a la afirmación de nuestra voluntad de poder. El inconsciente es la morada de los anhelos, los deseos reprimidos y las tendencias verdaderamente creativas; es una región donde coexisten lo vulgar y lo sublime, un dominio en el que el ángel y el demonio se dan la mano, un reino en el que la luz permanece oculta en la oscuridad y en el que la oscuridad puede convertirse en luz.
En los estratos más profundos del psiquismo inconsciente, habita la memoria evolutiva de la raza humana. Allí se hallan almacenadas, en forma de imágenes arquetípicas, las experiencias cruciales de la historia evolutiva de la humanidad. En este nivel, propio de nuestra herencia inconsciente, esperan dinámicamente los símbolos e imágenes de Dios como Padre o como Madre cósmica, del "puer eternus", del eterno femenino, del anciano sabio, de la bruja malévola, de la serpiente como personificación de los impulsos irracionales y del pájaro como emblema de las elevadas aspiraciones intelectuales del ser humano.
La consciencia racional, en cambio, es el fruto de las fuerzas socioculturales. Por tanto, nuestra concepción del bien y del mal, de Dios y del demonio, del cielo y del infierno, dependen del entorno cultural al que pertenecemos. Nuestra conducta se orienta hacia el logro de aquellos objetivos que concuerdan con los estándares aprobados socialmente, aunque ello suponga la represión de determinados contenidos inconscientes. De esta manera, en el corazón de todo ser humano se libra una incesante contienda entre lo consciente y lo inconsciente, entre el impulso y la ley, una batalla que, cuando supera la capacidad del individuo, genera todo tipo de perturbaciones emocionales.
Con mucha frecuencia el ser humano acomete intentos desesperados para sofocar esta tensión psíquica. Hay quienes prefieren la espontaneidad de los impulsos pasajeros al freno de la razón y, en consecuencia, ceden a los arrebatos de sus instintos y se dejan llevar por el principio del placer o por el concepto hedonista de "comer, beber y ser feliz". Lamentablemente, sin embargo, el hedonismo encierra paradójicamente la semilla de la frustración y no tarda en revelarse como un burdo engaño ya que el placer tan afanosamente buscado escapa de nuestras manos como el agua. En realidad, los placeres más intensos son aquellos que sobrevienen inesperadamente o que son consecuencia de nuestro interés genuino por un objetivo verdaderamente valioso. Además, si nos entregamos al principio del placer no habrá modo de conciliar nuestras contradicciones y llevaremos una existencia conflictiva y absurda sometida a todo tipo de placeres momentáneos.
Otros, por el contrario, anteponiendo la perfección al placer, adoptan una actitud absolutamente opuesta al hedonismo y emprenden el arduo camino de la austeridad y la abnegación. De este modo, empujados por una devoción inquebrantable hacia algún modelo aceptado socialmente, tratan de extirpar en forma drástica los impulsos de su mente inconsciente. Esta actitud, sin embargo, termina generando un super-ego opresivo y tiránico que consume su alma con el fantasma del pecado mientras las llamas del puritanismo agostan su fluído vital como los rayos de un sol abrasador. El precio es una conducta excéntrica que puede también desembocar fácilmente en graves perturbaciones psicológicas.
Hay otras personas que, rechazando la superficialidad y convencionalidad de la vida social, deciden entregarse a la búsqueda independiente del espíritu sin seguir modelo alguno. Eligen el camino ascético de la devoción exclusiva a la Trascendencia, recorren completamente a solas el sendero que conduce hacia el Unico y llegan incluso, en ocasiones, a asumir una actitud hostil e indiferente hacia la sociedad. Sin embargo, psiquismo y sociedad son, en última instancia, inseparables y, en consecuencia, la represión de los aspectos sociales conduce necesariamente a la represión de determinados impulsos fundamentales de nuestro psiquismo. A pesar de todo, la búsqueda incondicional del espíritu que hace caso omiso de los requerimientos de la sociedad y de los impulsos del psiquismo puede aportarnos ciertos logros espirituales. La intensificación de la consciencia interna provoca percepciones estéticas o visiones místicas extraordinarias que aportan, indudablemente, cierta satisfacción. Sin embargo, estos logros no dejan de ser limitados porque la negación de la vertiente social e instintiva de la vida constituye una verdadera mutilación. De esta manera escalamos las alturas del espíritu pero perdemos el contacto con las profundidades del psiquismo, conquistamos la lucidez pero perdemos la totalidad, subimos a los cielos pero nos alejamos de la tierra, ascendemos meteóricamente a una posición sobresaliente pero perdemos, en fin, la oportunidad de crecer armónicamente y alcanzar la realización integral.
La integración psicológica supone el crecimiento armónico de la personalidad e implica una atención ecuánime a todas las necesidades instintivas fundamentales de nuestra naturaleza y a las disposiciones concretas de nuestro psiquismo. Pero, para que se produzca la reconciliación entre el impulso y la razón, entre el "ello" inconsciente y el "ego" consciente, tenemos que descubrir el Yo Superior, el principio unificador profundo de nuestra existencia. De otro modo, corremos el peligro de fomentar el desarrollo de la mente a expensas del cuerpo, de la fuerza muscular en detrimento del cerebro, del intelecto a costa de la emoción, del sentimentalismo en aras de la objetividad, del crecimiento tiránico de la consciencia social a costa del sacrificio de nuestras necesidades psicológicas o del desarrollo de una conducta rebelde, caprichosa y arbitraria en perjuicio del orden social.
Psiquismo y sociedad son esencialmente inseparables, por esto, no debemos olvidar que nuestro crecimiento psicológico individual exige tener en cuenta las demandas de la sociedad. Por imperfectas que puedan parecernos las normas morales no podemos rechazar nuestra relación con la sociedad sin mutilarnos. La sociedad forma parte inseparable de nuestra alma y aunque nos retiráramos a la más remota de las soledades seguiríamos llevando a la sociedad con nosotros. El alma tiene la necesidad vital de relacionarse con sus semejantes, de amar y de ser amada. Podemos criticar la sociedad y tratar de cambiarla, pero no podemos ignorarla porque cuando nos aislamos de las relaciones y de las actividades sociales cercenamos la vertiente social de nuestra alma. Renunciar a la sociedad debido a sus imperfecciones sería como repudiar a nuestra esposa porque está enferma. Del mismo modo, reprimir a la mente inconsciente por causa de sus impulsos oscuros sería como arrojar al niño por el desagüe junto con el agua de la bañera. La luz se esconde en el núcleo mismo de la oscuridad.
La integración cósmica.
Toda la discusión precedente sobre la necesidad de la integración psicológica nos sirve como introducción al concepto de integración cósmica. Jamás podremos alcanzar la integración plena del psiquismo si ignoramos la relación existente entre éste y la naturaleza, entre la sociedad y el cosmos. El psiquismo y el cosmos representan aspectos inseparables de la misma realidad que no es psiquismo ni cosmos, que no es un yo aislado ni un universo independiente sino un continuo psicocósmico, un yo-en-el-universo o un universo-para-el-yo, Atman-Brahman, (tú-eso o yo-eso).
A decir verdad, en el universo no existe ninguna entidad completamente aislada y cerrada en sí misma. Un átomo existe en la medida en que se relaciona con un campo energético, una planta crece cuando está en un entorno físico compuesto de aire, luz, agua y suelo, un animal vive y se mueve porque interactúa con su propia especie y con animales de otras especies y, finalmente, el hombre se desarrolla en la medida en que puede interactuar con la naturaleza, la sociedad y la profunda llamada de lo eterno. En definitiva, existir es relacionarse y, en ese sentido, la relación es absolutamente vital para la existencia.
Para que nuestro desarrollo psicológico sea sano, feliz y pleno, es necesario que mantengamos una relación integral con nuestro entorno, tanto natural como social. El aire limpio, el agua fresca, el espacio abierto y la comunión silenciosa con la naturaleza son esenciales para el desarrollo del psiquismo humano. La contemplación del esplendor y magnificencia de la naturaleza constituye una profunda fuente de inspiración para nuestra alma. Por ello, el estilo de vida artificial propio de la sociedad moderna perjudica gravemente la salud y la vitalidad.
Además, la armonía con la naturaleza despierta un sentimiento de afecto hacia el reino animal. El cruel sacrificio de animales adormece nuestro espíritu y la indiferencia ante su mudo sufrimiento embota nuestra sensibilidad. Al enfrentarnos violentamente con el resto de la creación provocamos todo tipo de discordias y tensiones internas que terminan debilitando y desfigurando nuestra personalidad. Mientras sigamos infligiendo heridas a la vida no podemos alcanzar la plenitud psicológica. Para el crecimiento equilibrado y armónico de nuestra personalidad es vital experimentar un sentimiento de unidad con la naturaleza y de reverencia y respeto hacia toda forma de vida.
La presencia de la sociedad es indispensable para la maduración de nuestra mente. Por ello, el método fundamental para romper la cáscara del egocentrismo consiste en interesarnos activamente por nuestros semejantes. Cuanto mayor sea nuestra entrega al amor y la amistad, más rápido será nuestro crecimiento, y cuanto más nos comprometamos con el bienestar de nuestros semejantes, más se expandirá nuestro ser.
El primer paso para trascender el egocentrismo consiste en aprender a subordinar el placer y la comodidad personales en beneficio de nuestra familia. Profundizando en esta dirección, llegaremos a percibir la indivisibilidad del bienestar de la humanidad y a comprometernos con la felicidad de toda la familia humana. Los distintos grupos humanos dependen mutuamente unos de otros, todos somos miembros inseparables del entorno cósmico en que vivimos, todos participamos de la misma totalidad cósmica indivisible. Esta es la verdad que puede conducirnos finalmente a la integración cósmica.
La integración existencial
Para alcanzar la plenitud total no basta con lograr la integración psicológica y la integración cósmica, sino que también es necesario llegar a descubrir el espíritu de lo eterno del cual derivan tanto el psiquismo como el cosmos.
Por más que intentemos convencernos racionalmente de la necesidad de alcanzar la armonía psiológica, la contradicción entre las diferentes facetas de nuestra personalidad - pasión y razón, instinto e intelecto, emoción y entendimiento, por ejemplo - parece irreconciliable. La razón puede proporcionarnos cierto grado de equilibrio, pero la resolución definitiva de nuestros conflictos mentales es imposible de alcanzar en el plano psicológico. El secreto de la armonía psicológica completa descansa en la actualización de la dimensión atemporal de la existencia. La integración total del psiquismo sólo es posible a la luz de la experiencia existencial, es decir, la percepción directa e inmediata del sustrato atemporal. Para el logro de la integración psicológica global necesitamos conectar existencialmente con el trasfondo atemporal del Ser.
Lo mismo podríamos decir con respecto a la integración cósmica. Por más que intentemos convencernos racionalmente de la necesidad de alcanzar la armonía cósmica y social, la razón parece ser incapaz de resolver las irreconciliables discrepancias existentes entre el yo y la sociedad, entre el psiquismo y el cosmos. Lo máximo que podemos esperar es cierto grado de compromiso entre el crecimiento personal y el bienestar colectivo. El secreto de la armonía cósmica completa reside en la actualización del fundamento atemporal del proceso cósmico, la presencia dinámica de lo eterno en la evolución y en la historia. La unidad fundamental entre el psiquismo y el cosmos se oculta en la profundidad atemporal del Ser. Sólo la profundización existencial en el abismo del Ser puede revelarnos el principio de la armonía social, sólo podemos alcanzar la integración total entre el psiquismo y el cosmos a la luz de la realización supracósmica.
Así pues, la integración total entre el psiquismo y el cosmos, capaz de resolver todas las contradicciones temporales, sólo es posible en el contexto de lo eterno. Por eso, el último paso del desarrollo integral del yo consiste en la integración existencial, en la toma de contacto con el sustrato atemporal de la existencia.
Señalemos, sin embargo, que lo eterno no debe ser equiparado con la totalidad del Ser. No cabe la menor duda de que lo eterno es la dimensión fundamental de la existencia, pero no debemos olvidar que la existencia manifiesta también otras dimensiones. El Ser constituye una totalidad multidimensional en que lo eterno representa el elemento de la trascendencia pura del ser humano, el misterio insondable del místico, el equilibrio y la paz imperturbables del yogui. Sin embargo, el Ser también se manifiesta en el tiempo como evolución y como historia asumiendo la forma del crecimiento, el desarrollo y la expresión creativa que son inseparables de la vida. En este sentido, el papel de la historia en la estructura de la realidad no es menos importante que el papel desempeñado por lo atemporal.
El misticismo acierta al subrayar el valor de lo eterno, pero se equivoca cuando lo identifica con la totalidad del Ser. Eso es una falacia que ha dominado la mayor parte del pensamiento religioso tradicional y ha originado la aparición del pesimismo, el negativismo y las visiones ultramundanas. Igualmente falso es el error secularista que equipara el tiempo con la totalidad del Ser y da lugar al epicureísmo, el materialismo y el nihilismo. Lo cierto es que el Ser constituye la unión del tiempo y la eternidad, de la evolución y la trascendencia, de la naturaleza y el espíritu, de lo histórico y lo atemporal. Para el desarrollo armónico de la personalidad es necesario tener una visión integral de la multidimensionalidad del Ser. Para arribar a la plenitud del Ser debemos ser fieles tanto al cielo como a la tierra, tanto a la eternidad como al tiempo
Haridas Chaudhuri
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